El silencio y la obediencia se habían vuelto una práctica habitual en casa. Y la rutina diaria no era una vía de escape para una niña como yo a punto de entrar en la adolescencia. Todos los días eran iguales, y pocos eran los sobresaltos que irrumpían en nuestras vidas. Madre y yo hacíamos siempre lo mismo, a la misma hora cada día de la semana. Los domingos eran excepcionalmente un alivio para mí...
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EL HOMBRE DE LOS OJOS RAYADOS
Un saludo.
Akasha Valentine Escritora y Poeta.