Ante la veracidad de que nada sería eterno, quise negarme a creer que aquella afirmación fuese cierta, porque cuando era joven conocí a una preciosa mujer, de bronceada piel y ojos tan claros como un océano en calma, y cuando la vi, de la forma en la que sólo se puede contemplar a un alma gemela, me dí cuenta de ya me había enamorado de ella, sin ni tan siquiera saber su nombre, aunque para mí aquello carecía de importancia, peso o valor...
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El tiempo que nunca nos perteneció.
Un saludo.
Akasha Valentine Escritora y Poeta.